Saber atarse los cordones y otras habilidades perdidas de los hijos de la pandemia
WASHINGTON (The Washington Post).— En un año normal, por lo menos la mitad de los alumnos de la maestra de primer grado Christine Jarboe ya saben atarse los cordones.
Pero debido a la pandemia de coronavirus, en la escuela nada es normal desde hace más de dos años, así que cuando Christine le dio la bienvenida a la nueva camada de chicos de primer grado de la Escuela Pública del Condado de Fairfax para el primer año completo de clases presenciales, notó algo bastante preocupante.
“Cuando les dije que me mostraran cómo se ataban los cordones, la mayoría se me quedaron mirando, totalmente confundidos —dice la docente—. No sabían ni por dónde empezar.”
Saber atarse los cordones del calzado es apenas una de las “habilidades perdidas” que Christine Jarboe advirtió entre sus alumnos desde que empezó el año escolar. La docente sabía que los chicos podían llegar con atraso de aprendizaje en materias curriculares, como la lectura. Pero nunca se esperó que los chicos no sabrían hacer cosas como cortar con tijera por una línea punteada, o apretar el pomo de plasticola para que salga una cantidad adecuada, o simplemente cerrar y abrir la tapa a rosca de una botella.
Docentes primarios de todo Estados Unidos señalan haber detectado problemas similares en chicos de jardín de infantes, preescolar y primaria —y hasta incluso en algunos secundarios—, que llegaron sin herramientas para la vida y el entorno de la escuela. El aprendizaje online produjo un atraso promedio de cuatro meses en matemática y lectura hasta el inicio de este ciclo lectivo, según un estudio difundido a principios de abril por McKinsey and Company.
Pero los chicos de la pandemia también parecen carecer de herramientas mucho más básicas de comportamientos, habilidades y estrategias básicas, que van desde atarse los cordones hasta no saber esperar su turno para subirse al tobogán o no poder quedarse sentados en su banco durante más de una hora.
“Se produjo una brecha enorme que excede lo meramente académico y que tiene mucho que ver con componentes sociales y emocionales, y cómo comportarse en la escuela”, dice Dan Domenech, director ejecutivo de la Asociación de Administradores de Escuelas de Estados Unidos. “Son cosas que los chicos más chicos no aprendieron.”
Conscientes de que antes de ponerse al día con los conocimientos atrasados tienen que resolver esas falencias de habilidades básicas, los desbordados docentes han tenido que recurrir a su creatividad e imaginación.
Una escuela primaria de Nueva York, por ejemplo, importó asientos “no tradicionales”, como enormes y mullidos pufs de tela roja, donde los chicos pueden retorcerse y revolcarse durante la clase. Preocupados por la conflictividad en los recreos, los docentes de una primaria de Oakland, California, empezaron a entrenar a los de cuarto y quinto grado como “líderes de seguridad” para mediar en las peleas de sus compañeros. Y en Filadelfia, dos docentes crearon una sala de “compañeros de lectura”, donde los de quinto se juntan con los de jardín para aprender a leer juntos y al mismo tiempo desarrollar habilidades sociales.
Y en su escuela en Fairfax, Christina Jarboe lanzó un concurso semanal de atado de cordones. Les entrega cordones de zapatilla a los alumnos que usan calzado con velcro o elástico y distribuye pequeños relojes de arena para que los chicos puedan tomarse el tiempo ellos mismos. En dos meses de competencia semanal, las mejoras fueron evidentes: 17 de sus 20 alumnos aprendieron a hacer y deshacer el doble nudo y sin perder la calma.
Roma Groves-Waters, directora de una escuela primaria de Oakland, California, dice que las primeras semanas de este año escolar estuvieron plagadas de pequeños problemas.
La docente dice que en el patio estallaban “discusiones y peleas” con mucha más frecuencia que antes de la pandemia. Las peleas también se extendían al aula, ya que los niños se ven obligados a sentarse junto a sus compañeros durante seis horas seguidas. El aprendizaje híbrido, señaló Groves-Waters, requería dos horas y media de atención continua como máximo.
Groves-Waters dice que los que peor la pasaron fueron los chicos de primer grado, que nunca habían puesto un pie en la escuela y eran ajenos a la noción de caminar en fila, aunque al mismo tiempo evitaban todo contacto físico con sus compañeros.
“Tampoco parecían tener idea de lo que es esperar tu turno para hablar”, dice Groves-Waters. “Para los maestros era desesperante, porque ellos realmente sintieron los efectos de la pandemia.”
La docente dice que las cosas poco a poco van mejorando, en parte porque la escuela comenzó a realizar sesiones de meditación y yoga antes y después del almuerzo y el recreo para ayudar a los niños a relajarse. Y los maestros de su escuela capacitaron a los estudiantes de cuarto y quinto grado como líderes de seguridad, enseñándoles los principios de la mediación.
“Ayudan a resolver conflictos en el alumnado, porque entre ellos a veces se entienden mejor”, dice Groves-Waters.
Pero entre los estudiantes mayores también están surgiendo problemas de comportamiento, aunque de otro tipo.
Sean O’Mara, profesor de estudios sociales de primer año en la Escuela Secundaria Keene, New Hampshire, dice que sus alumnos de este año no tienen idea de cómo llevar adelante un debate en clase. Algunos —muchos más que antes de la pandemia—, prefieren no trabajar en grupo y son reacios a compartir sus ideas con otros, y mucho menos a ponerse a debatir.
O’Mara está convencido de que eso es parte de la herencia del aprendizaje online.
“Durante los meses de aprendizaje online, muchos chicos no querían prender sus cámaras y se replegaban en una especie de anonimato —dice O’Mara—. Y sigue habiendo una franja de alumnos que prefieren quedarse callados y ser solo observadores.”
Para subsanarlo, el profesor O’Mara destinó muchas horas de clase a explicar los mecanismos básicos de una conversación: lo que significa el lenguaje corporal, lo que hay que tener en cuenta cuando otra persona está hablando, y cómo manifestarse en desacuerdo de manera educada. Al inicio del año lectivo, les dedicaba hasta 20 minutos diarios al inicio de la clase para insistir y practicar esas instrucciones.
Los docentes se están teniendo que adaptar, como ya lo hicieron durante toda la pandemia…
Amy Barker, docente de jardín de infantes de la ciudad de Filadelfia, tuvo una idea para atacar de frente el atraso en la lectura y los problemas de comportamiento. Implementó un programa al que llamó “Compañeros de lectura”, donde sus 13 chicos de jardín pasan media hora todos los viernes leyendo libros con los 13 alumnos de quinto grado de su colega Jessica Scherff. Los chicos se juntan de a dos, y por turnos van leyendo un libro de su elección.
“La idea es compartir el gusto por la lectura, y hacer que los chicos disfruten de sentarse a leer, en vez de estar con el celular en la mano”, dice Scherff.
“Y lo mejor es que los de quinto también incorporan conocimiento y están desarrollando sus habilidades sociales”, agrega Barker. “Sin darse cuenta, trabajan su propia lectoescritura y comprensión de textos, porque los niños de jardín les piden constantemente que les expliquen”.
Ambas docentes dicen que la fluidez de lectura de sus alumnos ha mejorado, especialmente los de quinto grado. Y Tameron Dancy, directora de la escuela, confirma que el programa ha ayudado a los estudiantes mayores a adquirir habilidades sociales y desarrollar su autoestima.
“Cuando los alumnos mayores logran juntarse con los más chicos y asumir responsabilidades sobre ellos, desarrollan más rápidamente su sentido de liderazgo y responsabilidad personal.”
(Traducción de Jaime Arrambide)
Reference-www.lanacion.com.ar